jueves, 13 de agosto de 2009

Relojes de Sangre

No es ocioso el tiempo que nos carga las espaldas, va sobre
un carruaje de gacelas y leopardos alados, va vestido con trajes invisibles
ya arena en los bolsillos y el cabello cano de plata o hilos de seda. Nació
en la cuna galáctica del espacio besándolo todo y sabiéndolo todo
en si juventud perfecta e infinible. Trajo consigo desde las altas montañas
a la soledad prendida al vestido a la vejes agarrada de las faldas
como una ramera hambrienta de los hombres.

No descansa el tiempo en nuestras tiendas ni dialoga con los reyes
en las esquinas de sus gobiernos, ¿ qué bufón lo entretendrá
y que ladrón le hurtara nuestros años?
Recuerdo muy bien cuando fui niño y niños y nos caíamos en la bicicleta
con mi Padre, recordare también cuando fui joven y navegaba en todos
los mares y en todas las tierras, pero cómo recordare cuando fui viejo
si después el tiempo nos corta y nos dice: “te quiero y hasta luego”.
Y ahí llega el plañir y las flores del cementerio y los discursos
sobre nuestra bondad por que todo muerto es bueno y llegan las consolaciones
de los enemistados y reina el perdón y sojuzga la esperanza
en el cielo o en resurrecciones.

Pero el agua no envejece ni ala aire le duele la espalda
aunque a veces se esconden en los escondrijos, sucios y manchados.
La piedra y el viento nos miran desde su lugar privilegiado
con mirada displicente y lastimosa, en sus conversaciones por la tarde
aparece el hombre sobre la mesa del té corriendo y jadeando con lengua de camello
y en la lengua amarrado un reloj y en los parpados sueño y vacías las manos
y un corazón extraño.

Un anciano y un niño se encontraron en esta calle transitada,
se miraron a los ojos apasionadamente y mudas las bocas corrieron juntos
bajo el aguacero, el uno cercano a la ausencia después de la vida
y el otro cercano a la ausencia después de esta. Así se planta, crecen los duraznos
juntos a las amapolas y así nace la humanidad y el cuesco al suelo
para engendrar otro árbol y el esqueleto al suelo para nacer el recuerdo
o el olvido.

Y el tiempo traerá en abundancia barcos repletos de jóvenes e infantes nuevos
caídos de entre las madres, los graneros estarán satisfechos de primaveras
en la ocasión de nuestro otoño y miraremos el álbum de fotografías
para mostrarles a nuestros nietos que no nacimos viejos y fuimos jóvenes
y fuimos príncipes y pisábamos los relojes quebrando las horas
por que todo era fresco rocío y selvático pecho.

El tiempo no nos dirá nada, pasara por nuestro lado callado y sigiloso
como huida de culebra, nosotros tampoco le diremos palabra alguna,
lo miraremos desde abajo y el nos mirara desde los tejados y sus terrazas altas
y caminaremos juntos aunque no queramos y nos amaremos y odiaremos
cada efímero y glorioso día.

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